
Lalo Ortega
Existe el cliché—desafortunado e impreciso—de que el cine mexicano no tiene producciones “de calidad” (lo que sea que eso signifique). Esto puede prevenir que las miradas curiosas y entusiastas descubran las maravillas de la cinematografía nacional que demuestran exactamente lo contrario: que en México se han realizado auténticos clásicos no sólo para el país, sino para el cine mundial.
Si estás en proceso de descubrirlo, aquí te recomendamos algunos clásicos esenciales del cine mexicano. Se trata de una selección de películas de diferentes épocas y que todo aficionado necesita haber visto al menos una vez.
¡Vámonos con Pancho Villa! (1936)
Para hablar del cine nacional, tenemos que comenzar por Fernando de Fuentes, una de sus voces más importantes e influyentes durante la primera mitad del siglo XX, y sobre todo durante el periodo denominado Época de Oro del cine mexicano. ¡Vámonos con Pancho Villa! es una de sus obras más emblemáticas como director, que en realidad concluye una trilogía dedicada a la Revolución Mexicana (junto con El prisionero 13 de 1933 y El compadre Mendoza de 1934, que recomendamos ver en conjunto con esta).
Esta es una película relevante pues va en sentido contrario a todo lo que representaban las comedias rancheras, el género más popular y exitoso del periodo. En su lugar, esta película es una desmitificación de la Revolución mexicana. La trama sigue a un grupo de revolucionarios ficticios que se unen a la facción de Doroteo Arango, conocido como Pancho Villa, pero muestra que la vida revolucionaria tiene poco que ver con el honor y el orgullo, y más con el sufrimiento y la miseria en nombre de alguien más. Aunque no fue muy exitosa en su momento, hoy es un clásico que aún impresiona por sus elevados valores de producción para la época, y por proveer una mirada más realista a uno de los grandes mitos de la identidad nacional contemporánea.Si quieres conocer más sobre la realidad de la historia mexicana del siglo XX por medio del cine, no hay mejor punto de partida.
Ahí está el detalle (1940)
Pocos discutirán que Mario Moreno “Cantinflas” es una de las figuras más famosas no sólo de la Época de Oro, sino de la historia del cine mexicano en general. Y dentro de la vasta filmografía del comediante mexicano, Ahí está el detalle está considerada como la más emblemática de sus películas.
Y esto no sólo por ser su primera película como protagonista o por inmortalizar al personaje “Cantinflas”, del que obtuvo su apodo, o su icónica manera de hablar dando vueltas sin decir nada, algo que hoy se conoce como “cantinflear”. Dirigida por el versátil y prolífico Juan Bustillo Oro, se trata de una absurda comedia de enredos con un ligero toque macabro, que parte de una confusión por un asesinato que crece sin control. Además, el elenco cuenta con otras leyendas indispensables del cine nacional como Joaquín Pardavé, Sara García y Sofía Álvarez. Tienes que verla obligadamente para conocer a uno de los grandes íconos del cine nacional, indispensable si conoces y has disfrutado otros clásicos como El patrullero 777 o El padrecito.
Enamorada (1946)
¿Es Enamorada la obra maestra definitiva de la Época de Oro del cine mexicano? La cuestión está a debate y probablemente no tenga una respuesta clara, pero sin duda está entre los máximos clásicos del periodo, no sólo por su virtuosidad artística y técnica. Podría estarlo por el puro mérito de sus figuras principales: el director Emilio “El Indio” Fernández, el fotógrafo Gabriel Figueroa (quizá el mayor iconógrafo de la época), y los protagonistas Pedro Armendáriz y María Félix. Si hubiera que demostrar la existencia de un star system mexicano en esos años, habría que señalar esta película.
Puede que, de varias maneras, vaya en sentido contrario a la desmitificación de la Revolución planteada por Fernando de Fuentes en su trilogía. Sin embargo, Enamorada brilla si se le aborda como un drama romántico tradicional, sobre la áspera relación entre un revolucionario que toma control de un pueblo y exige recursos de los más ricos para la causa, pero termina enamorándose de la hija del hombre más adinerado. Aunque anticuada en su discurso, es una de las películas más románticas que podrás encontrar en el canon del cine mexicano, ideal punto de partida si te gustan otras como María Candelaria (otra recomendación es Maclovia, que también tiene a Armendáriz y Félix ante la cámara de “El Indio” Fernández).
Nosotros los pobres (1948)
En la Época de Oro, quizá no haya existido un actor más emblemático que Pedro Infante, estrella de innumerables clásicos del cine mexicano y al que seguramente reconocerás incluso sin haber visto una sola de sus películas. Bajo la dirección de Ismael Rodríguez—otro de los cineastas más importantes del periodo—, Infante protagonizó otra de las trilogías icónicas de la cinematografía nacional, iniciada con Nosotros los pobres en 1948, y seguida por Ustedes, los ricos (1948) y Pepe el Toro (1953).
Nosotros los pobres—y el resto de la trilogía, en realidad—lidia con el sufrimiento de la clase trabajadora mexicana de mediados del siglo XX, a partir de la historia de un carpintero acusado falsamente por un robo, desatando la tragedia en su familia. Esta película definió una escuela de melodramas sociales a menudo muy imitada y, a largo plazo, criticada por la explotación de la realidad social. Sin embargo, como tantas otras películas del periodo, fue creadora de íconos como el propio Infante.
Los olvidados (1950)
Para algunos—y debo concordar—, la imagen colectiva proyectada por el cine de la Época de Oro fue quebrada por Los olvidados, película que marcó un antes y un después en la representación de la realidad social del país. Fue realizada por un extranjero, el surrealista Luis Buñuel, exiliado en México.
La película, empleando elementos del Neorrealismo italiano con el surrealismo típico del director, presentó una visión externa pero más aterrizada y sincera del desolador ciclo de pobreza, abandono y violencia de niños que vivían en las calles de las ciudades. La burguesía de la época la despreció y fue criticada por su representación poco esperanzadora del porvenir. Hoy la consideramos como uno de los clásicos más influyentes del cine mundial, que ha dejado marca en producciones como Ciudad de Dios (2002) y en otras de décadas más tarde como Ya no estoy aquí (2019). Te advertimos que puede ser un poco difícil verla por sus temas y desenlace, pero vale la pena aproximarse a ella para conocer un importantísimo punto de inflexión para el cine nacional.
Macario (1960)
Dirigida por Roberto Gavaldón, Macario es uno de los grandes clásicos del cine mexicano en una escala internacional. Tuvo su estreno mundial en el Festival de Cannes y fue la primera película mexicana nominada al Oscar a Mejor película extranjera.
Basada en la novela homónima de B. Traven, la película se sitúa en algún momento del Virreinato de Nueva España y trata sobre un campesino que, dada su precaria situación y la de su familia, pierde interés por la vida, y sólo añora la idea de poder disfrutar de un banquete sin tener que compartir. Las actuaciones de Ignacio López Tarso y Pina Pellicer son fundamentales en la creación de empatía por estos personajes, habitantes de un mundo que, caminando una delgada línea entre el drama social y el terror sobrenatural, ha brindado imágenes icónicas como la de la Gruta de la muerte. La película se ha convertido en un clásico para el público mexicano y, por su temática sobre la muerte (similar a la de El séptimo sello de Bergman), es una elección perfecta si quieres ver una película durante el Día de Muertos.
El esqueleto de la señora Morales (1960)
Es posible que El esqueleto de la señora Morales sea la película más infravalorada en este listado por la sencilla virtud de ser una comedia negra bastante cáustica para la moral mexicana, incluso al día de hoy. Pero creo que eso es precisamente lo que la hace valiosa y más digna que muchas otras del sello de “clásico”.
La trama sigue a un taxidermista alegre y optimista que, por algún motivo, se casó con una fanática religiosa amargada que le hace la vida imposible. Cuando la situación llega a un punto insostenible, él toma medidas drásticas. Una trama que, debajo del absurdo, lidia con la hipocresía del conservadurismo en México, con situaciones mórbidas y de risa incómoda que disfrutarás horrores si prefieres tu humor con un toque de acidez. Hay elementos góticos como en El espejo de la bruja, pero un humor perverso que sólo podríamos comparar al de los hermanos Coen en Fargo, por ejemplo.
El lugar sin límites (1978)
La década de los 70 marcó el inicio de una escuela con mayores aspiraciones autorales en la cinematografía nacional, con producciones realizadas por directores ya egresados de las escuelas de cine. De dicha generación, Arturo Ripstein es uno de los nombres más importantes, y entre su filmografía, El lugar sin límites resulta una de las obras más relevantes por diversos motivos.
Basada en la novela homónima de José Donoso, esta película se sitúa en un prostíbulo precario donde trabajan La Japonesita (Ana Martín) y su padre, “La Manuela” (Roberto Cobo), un hombre homosexual travestido, que se disputan el afecto de Pancho (Gonzalo Vega), un camionero hipermasculino que intenta resistir su atracción homosexual. Aunque puede que te resulte un tanto sórdida, es una película que abrió muchos caminos para las representaciones LGBTQIA+ en pantalla, en un momento de transformaciones culturales y sociales posteriores al movimiento de 1968. Imperdible si te gustó El castillo de la pureza, también de Ripstein, o títulos posteriores de algún modo influenciados por esta película, como Temporada de huracanes.
La ley de Herodes (1999)
Por mucho tiempo, bajo el mandato incontestado del Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante largas décadas del siglo XX, las críticas abiertas al gobierno estaban tácitamente prohibidas o eran directamente censuradas en México. La ley de Herodes, del director Luis Estrada, es una mordaz sátira que llegó en una importante coyuntura con una crítica abierta e incisiva al priísmo.
Protagonizada por Damián Alcázar—uno de los colaboradores preferidos de Estrada—, la película se sitúa en un pueblo rural ficticio de México durante 1949 (en el sexenio del presidente Miguel Alemán Valdés). Sin embargo, las dinámicas corruptas de poder y política que critica podían extrapolarse a la época contemporánea, en los sexenios de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, últimos dos presidentes previo a la primera derrota del PRI en las elecciones federales del año 2000. Lo preocupante—y quizá estés de acuerdo—es que esta es una de esas películas que no envejecen y que incluso se hacen más vigentes con el paso de los años, por todas las razones más lamentables. Para ver con otras de Luis Estrada como La dictadura perfecta y El infierno.
Amores perros (2000)
La vuelta del siglo trajo una serie de cambios en política cultural, libertad de expresión y ambiciones artísticas que ramificaron en un periodo conocido como Nuevo Cine Mexicano, una nueva ola de cineastas que, dentro o fuera de las instituciones, encabezaron una racha de producciones con “mayor calidad” (de nuevo, lo que sea que esto signifique). Esto puede traducirse como una visión autoral más clara, narrativas que abordaban los conflictos sociopolíticos del país en su momento, bajo un nuevo interés del público nacional e internacional.
Amores perros, de Alejandro González Iñárritu, es posiblemente la película más emblemática del periodo junto a su contemporánea de similar espíritu, Y tu mamá también. Su trama, anclada en un cierto realismo visual, aborda tres historias interconectadas por ciertos personajes (no muy diferente de su contemporánea, Magnolia), temas de violencia y masculinidad, y la presencia simbólica de perros. La película, cuyas temáticas se mantienen relevantes todavía hoy, catapultó las carreras de González Iñárritu y del actor Gael García. Hay cierta sordidez también, pero si puedes mirar más allá de eso, descubrirás uno de los más importantes clásicos no sólo del cine mexicano actual, sino del cine mundial.
