Los monstruos de Guillermo del Toro no solo dan miedo, sino que también seducen. Están llenos de belleza rara, heridas visibles y metáforas que nos devuelven nuestra propias sombras. En esta guía repasamos, en orden de estreno, las diez criaturas físicas que para mí condensan lo mejor de su imaginario: por qué fascinan, por qué inquietan y cómo dialogan con otras bestias del cine fantástico.
Tras maravillarnos con Frankenstein, la idea es ayudarte a descubrir otras criaturas de su filmografía y explicarte qué las hace memorables.
Demonio invocado — Geometría (1987)
El demonio que convoca el adolescente de Geometría es pequeño en metraje, pero enorme en intención: un ser corpóreo que lleva al extremo el deseo de controlar la muerte.
Me atrae su tono de cómic ochentero y la insolencia con la que irrumpe en la vida doméstica; es menos solemne que otros diablos del cine y más juguetón, casi travieso. Lo terrorífico está en la moraleja: pedir milagros tiene un coste y el caos siempre pasa factura.
Comparado con los pactos mefistofélicos de El corazón del ángel, aquí la sátira manda; frente a criaturas posteriores de Del Toro, es el “borrador” punk del Fauno: otra figura ambigua que te guía… o te pierde.
Como película, Geometría tiene la ingenuidad de un experimento, pero también la semilla de todo lo que vendrá más tarde: humor, fatalismo y cariño por lo sobrenatural. Este demonio no es solo un susto: es una advertencia envuelta en broma.
Funciona como catalizador del deseo humano de burlar la muerte, recordándonos que el horror no siempre viene del más allá, sino de nuestra propia soberbia.
Insectos mecánicos — Cronos (1993)
El artefacto de Cronos (un escarabajo mecánico con vida propia) parasita a Jesús Gris y lo empuja hacia un vampirismo refinado. Su atractivo es táctil: engranajes dorados, zumbido hipnótico y una sensualidad alquímica que anticipa la obsesión por el “objeto-monstruo” de Del Toro.
Su terror no es el bicho en sí, sino el efecto que provoca: dependencia, degeneración y sed. Frente a vampiros clásicos como los de Drácula de Bram Stoker, Cronos apuesta por biología y relojería.
Y si lo comparo con la Raza judas de Mimic, comparten la raíz “científica”, aunque el escarabajo es íntimo y elegante; mientras los Judas, industriales y depredadores. Dentro de esta lista, dialoga con la Criatura de Frankenstein: ambos nacen de una tecnología que “se pasa de lista”.
La película me sigue pareciendo una joya. Tiene algo de El gabinete del doctor Caligari y algo de Nosferatu (de la que escribimos una guía para verla en orden), pero filtrado por un México húmedo y melancólico. El escarabajo es bello, casi joyería viva, y al mismo tiempo repulsivo.
Es el equilibrio perfecto entre la fascinación y el asco. En Cronos, el monstruo no es enemigo sino un espejo: el símbolo de la obsesión humana por prolongar lo inevitable.
La Raza judas — Mimic (1997)
Los insectos mutantes de Mimic fascinan por su camuflaje: imitan siluetas humanas con una perversión de lo cotidiano (el hombre de gabardina que no lo es). Su atractivo es biológico: evolución acelerada, diseño que huele a laboratorio y alcantarilla.
Su siniestralidad nace de lo “casi humano” (el valle inquietante aplicado a una cucaracha gigante). Frente a xenomorfos como los de Alien, los Judas no son perfectos depredadores; son errores urbanos de nuestra soberbia científica.
Comparados con los Reapers de Blade 2, comparten mutación y hambre, pero los Judas aterran por proximidad: están debajo de nuestros pies. Dentro de la propia lista, son el reverso sucio del Hombre Anfibio: ambos son “otros” biológicos, pero uno invita al amor y el otro al insecticida.
Aunque su trama no está a la altura de sus ideas, Mimic es el Del Toro más subestimado. Bajo su envoltorio de thriller noventero hay una tesis muy moderna: el monstruo como resultado de la manipulación humana. La Raza judas es tanto amenaza como advertencia: la ciencia que juega a ser Dios termina devorada por su propia creación (el paralelismo con Frankenstein es evidente)..
Vampiros (Reapers) — Blade II (2002)
Los Reapers son la actualización carnívora del vampiro: mandíbula hendida, biología imparable, virus que devora a su propia especie. Me seduce su lectura de “evolución descontrolada” y el fetichismo biomecánico del diseño. Dan miedo porque no negocian: son necesidad pura.
Si los enfrento a películas de vampiros como los de Entrevista con el vampiro, Del Toro corre hacia la carne, la saliva y el pliegue. Y comparados con Cronos, aquí el vampirismo pierde elegancia pero gana en físico y acción.
Dentro de la lista, son primos salvajes del Hombre Pálido: ambos comen, pero uno encarna la glotonería mística y los Reapers, la pandemia sin ética.
En Blade II, el monstruo no es enemigo exterior, sino evolución interna: la plaga que corrompe a los propios vampiros. Del Toro convierte el cine de acción en laboratorio de biología infernal. Lo atractivo es su energía; lo terrorífico, su falta de alma. Si Cronos era la tentación individual, Blade II es la enfermedad colectiva.
Hellboy — Hellboy (2004)
Hellboy es, quizá, el monstruo más carismático de Del Toro: demonio de puño pétreo y corazón blando. Su atractivo está en el contraste: bestia roja con humor seco, outsider que decide pertenecer.
Su amenaza no es él, sino su destino: llave de un apocalipsis que lucha por no abrir. Frente a otras películas de antihéroes demoníacos como Spawn, Hellboy gana por humanidad y puesta en escena artesanal.
Comparado con el Fauno, comparten ambigüedad moral y un físico inolvidable; con el Hombre Anfibio, el tema de “ser amado pese a”. Y si lo mido con enemigos internos de El callejón de las almas perdidas, Hellboy recuerda que lo monstruoso puede elegir el bien.
Como película, Hellboy es una mezcla perfecta entre lo pulp y la melancolía. Del Toro logra algo rarísimo: un blockbuster con alma. Hellboy no es un villano, sino un héroe cansado que carga con su propio origen infernal. En su mundo, el monstruo no amenaza al hombre: lo protege.
El Fauno — El laberinto del fauno (2006)
El Fauno me fascina por su ambigüedad: ¿guía, embaucador o guardián? Su atractivo es telúrico (madera, cuernos, polvo de mito) y su peligro, la manipulación del deseo infantil.
Frente a otros faunos del cine (el amable de Narnia), este es adulto, retorcido y lleno de zonas grises. En la propia lista, dialoga con el Ángel de la Muerte (ambos “funcionarios” de lo sagrado) y con Hellboy (bestias con código moral). También se contrapone al Hombre pálido: el Fauno promete acceso; el Pálido, prohibición. Es uno de los mejores porque condensa la tesis del director: lo fantástico como prueba ética.
El laberinto del fauno es la síntesis perfecta del estilo Del Toro: poesía, política y monstruos que enseñan a mirar. El Fauno es un guardián que somete a Ofelia a pruebas, pero también una figura de duda. No sabemos si miente, y eso lo vuelve humano. Su papel es el de mediador entre mundos, entre obediencia y libertad.
El Hombre pálido — El laberinto del fauno (2006)
El hombre pálido es la imagen-aguijón del cine de Del Toro: ojos en las manos, piel colgante y un banquete prohibido. Su atractivo (sí, atractivo) es icónico: una composición pura y una estampa que no olvidas.
Su terror, por el contrario, es bíblico: castigo a la desobediencia, devorador de niños, ritual de la mirada. Si lo comparo con el bogeymen del siglo XXI (Slender Man, It), el Pálido gana en simbolismo: no es solo un susto, es un mandamiento.
Frente a los Reapers, come menos y trasciende más. Y dentro de la lista, es el reverso del Hombre Anfibio: ambos son bellos a su modo, pero uno promete ternura y el otro, pasar factura.
En la película, su escena funciona como una parábola: la inocencia tentada, la curiosidad castigada. Lo que me sigue asombrando es su quietud, su diseño casi pictórico. No necesita moverse para aterrar. Representa la voracidad del poder, y en esa pasividad monstruosa se esconde su fuerza.
El Ángel de la Muerte — Hellboy II: El ejército dorado (2008)
Con ojos en las alas y solemnidad de retablo, el Ángel de la Muerte en Hellboy II, impone. Su atractivo es litúrgico: parece una pintura gótica que ha cobrado vida. Su terror no está en matar, sino en el trato: salvar con condiciones apocalípticas.
Comparado con los ángeles oscuros de Constantine, este tiene más artesanía y destino. Dentro de la lista, se parece al Fauno: ambos son intermediarios; uno del bosque, otro del más allá. Y frente a Hellboy, funciona como su espejo fatal: recuerda que ser monstruo también es cargar con profecías. Es de lo mejor del Toro por capacidad de mitificación en un plano.
En Hellboy II, el Ángel no es solo decorativo: encarna el peso del destino. Me fascina su ambigüedad (es juez y salvador a la vez) y cómo su aparición redefine el tono de la película. No es terror, es teología visual. Su papel es advertir que la compasión puede traer el fin del mundo, un dilema muy deltoriano.
El Hombre Anfibio — La forma del agua (2017)
El anfibio es erótico y sagrado; un “monstruo” que no pide perdón por su belleza. Atrae por su físico clásico (eco de La mujer y el monstruo), por su piel-ornamento y por la ternura sin palabras.
Aterroriza cuando lo vemos a través del humano cruel: la ciencia que tortura. Comparado con criaturas amables como E.T., este es adulto, sensual y político. Frente a la Raza judas o los Reapers, desmonta la ecuación “no humano = amenaza”. Dentro de la lista, es el contrapunto del Pálido: demuestra que el verdadero monstruo puede llevar corbata. Es de los mejores porque convierte el miedo en deseo y gana un Oscar haciéndolo.
Como película, La forma del agua me parece el triunfo definitivo de Del Toro: convertir lo monstruoso en romántico sin diluir su rareza. El Hombre Anfibio es el corazón moral del film: enseña empatía a quienes ya la habían perdido. Su papel es claro: redimir la diferencia y reconciliar belleza.
La Criatura — Frankenstein (2025)
La Criatura de Frankenstein hereda toda la tradición del monstruo trágico: cuerpo remendado, alma nueva y mucha hambre de amor. Su atractivo es la empatía: la belleza de quien aprende a sentir. Su terror, el físico grotesco y la violencia del rechazo.
En comparación con películas de Frankenstein, Del Toro suele sumar más ternura táctil y carga simbólica. Dentro de la lista, es prima de Cronos (la ciencia que desborda), hija del Fauno (la prueba moral) y espejo del Hombre Anfibio (el amor como salvación). Es uno de los mejores porque cierra el círculo: el “monstruo” más humano… es el humano fabricado.
Del Toro, que siempre filmó criaturas en busca de afecto, ahora graba al creador que no sabe darlo. La Criatura no es ni villano ni víctima, sino el espejo de su propio autor. Y su papel, el de cerrar una genealogía: la del monstruo que ya no necesita redención, porque su existencia basta para conmovernos.
Ah, y mención especial para Jacob Elordi, quien realiza el mejor papel de su carrera.


























































































