La Maldita suerte (2025) del oscarizado Edward Berger es en gran parte una farsa muy negra sobre los extremos más alucinantes a los que puede llevar la noche tardocapitalista, un cuento de hadas metidas en sustancias psicotrópicas. Pero también es una película que cae muy cerca de la historia real de su actor protagonista, Colin Farrell, y resulta muy fácil interpretarla como un comentario acerca de los tortuosos orígenes del actor irlandés al cargo de El Pingüino (2024) o Almas en pena de Inisherin (2022).
Y es que Colin Farrell tuvo unos inicios complicados. Tras una década de trabajos como modelo, bailarín de country y encadenando castings fallidos para boy bands, el joven Farrell finalmente fue fichado como nuevo sex symbol juvenil de Hollywood en Camino de guerra (2000), de Joel Schumacher, pero encadenó una serie de catástrofes en la taquilla del nivel del Alejandro magno de Oliver Stone en 2004 o El Nuevo Mundo de Terrence Malick en 2005.
La tumultuosa llegada a la fama de Farrell se enrocó aún más con la comidilla que daba su alcoholismo y drogadicción a la prensa amarilla, bien escandalizada ya por los romances y destapes de la nueva “cara guapa” del cine. El irlandés admite no tener recuerdos del rodaje de Corrupción en Miami, la versión de Michael Mann de 2006 junto a Jamie Foxx, y entró a rehabilitación justo al terminar el rodaje de aquella película.
Es imposible no pensar en la vida real de Colin Farrell al verle en Maldita suerte, absolutamente perdido entre casinos, alcoholizado y abandonado a la ludopatía. Queda por ver si ha escogido el papel para comentar irónicamente sobre el historial que le sabemos a las espaldas, o como una suerte de redención… Aunque el efecto autobiográfico es el mismo. Podríamos incluso aludir que Maldita suerte está basada en hechos reales.
En fin, Farrell no ha sido el único actor que ha tomado su propia persona como material para construir un personaje de ficción, un doble de sí mismo como suerte de pizarra para re-escribirse. En JustWatch queremos repasar otros cinco casos recientes de personalidades del cine que (se) montaron una película para tener una última palabra sobre su imagen pública o sus propias desgracias.
Arnold Schwarzenegger en ‘El último gran héroe’ (1993)
Jack Slater es Arnold Schwarzenegger y Arnold Schwarzenegger es Jack Slater en El último gran héroe (1993). Cuando el exgobernador de California había alcanzado la fama absoluta tras Conan el Bárbaro (1982) o la saga de Terminator (1984), y estaba ya completamente estereotipado como un culturista bien-humorado, el actor decidió vestirse las botas de un héroe de acción totalmente plano que, un día, salta al mundo real como si de La rosa púrpura del Cairo se tratara.
La película, una muy disfrutable pieza de acción y de humor, anticiparía toda una ristra de films donde los actores se autoparodian o comentan con ironía sobre la imagen que el público hemos arrojado sobre ellos. Siguiendo este legado autoparódico, Nicolas Cage es el gran experto de la autorreferencia: se ha metido en nuestros subconscientes en El hombre de los sueños (2023) y se ha “deconstruido” junto a Pedro Pascal en El insoportable peso de un talento descomunal (2022).
Takeshi Kitano en ‘Glory to the Filmmaker!’ (2007)
Arnold Schwarzenegger es el personaje que encarna en El último gran héroe, pero la película podría pasar por una ficción sin componente meta. Ahora, ha habido autobiografías que se han mojado más y actores que se han implicado desde la silla del director o del productor. Es el caso de Takeshi Kitano, que lleva desde el cambio de milenio haciendo autobiografías satíricas como quien vierte un sueños infantiles y muy divertidos sobre la pantalla: de Takeshi’s (2005) a Broken Rage (2024), una parodia sin complejos de toda la saga de Outrage.
Pero para mí, la mejor de todas es Glory to the Filmmaker! (2007), una comedia sobre un director que no consigue inspirarse para su última gran obra maestra y que, distraída como su protagonista, va pasando por todos los géneros… Como quien va ojeando las páginas de su propia biografía. Porque eso es exactamente lo que ha marcado la carrera del genio de Kitano, del noir ácido en Violent Cop (1989), a los samuráis musicales de Zatoichi (2003) o al melodrama arrebatado de Dolls (2002).
Adam Sandler en ‘Hazme reír’ (2009)
La autoparodia de Takeshi Kitano no es la única forma de redención posible para los actores. Hay un buen plantel de caras que se han atrevido a meterse en la piel de personajes muy cercanos a su imagen pública, pero desde el drama sosegado. Por ejemplo, Juliette Binoche aprovechó Viaje a Sils Maria (2014) para comentar sobre los gajes de la preparación de un papel, o George Clooney se atrevió a desnudar su propia vanagloria en Jay Kelly (2025).
Justo acompañando a Jay Kelly se encuentra Adam Sandler, que lleva prácticamente dos décadas construyendo roles por encima de la imagen de “niño tonto” al que lo relegó la comedia de los años dos mil. Y aunque Los Meyerowitz: La familia no se elige (2017) mira muy de frente a la fama cosechada por el actor, yo marcaría la fantástica Hazme reír (2009) como la primera vez en que el actor se enfrentó a la superficialidad a la que lo había relegado el marketing y su filmografía. Allí hacía las de un famoso cómico que descubre que le queda poco tiempo de vida, y decide dar un vuelco a su carrera. Prepara los pañuelos.
El reparto real de ‘15:17 Tren a París’ (2018)
Para auto-interpretarte no necesariamente has de tener el estatus de una estrella. De hecho, 15:17 Tren a París (2018) es el ejemplo perfecto de lo contrario: dirigida por Clint Eastwood, la película narra el ataque terrorista real ocurrido el 21 de agosto de 2015, en que tres amigos estadounidenses (Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler) lograron reducir a un terrorista armado a bordo de un tren y evitaron una masacre.
Lo más singular del proyecto es que Eastwood renunció a actores profesionales y decidió que los propios héroes reales interpretaran sus papeles. Con esta elección, el director buscaba la máxima autenticidad y dar un giro autoficcional pocas veces visto en el cine comercial, aunque continúa la línea de Eastwood sobre el heroísmo cotidiano, como en Sully: Hazaña en el Hudson (2016). Es digna de observar como experimento, pero no esperes altísimas cotas interpretativas, claro.
Angelina Jolie en ‘Couture’ (2026)
Por último, están las películas en las que los actores no comentan acerca su imagen pública, sino que con sus papeles escriben directamente sobre sus vidas personales; como Colin Farrell en Maldita suerte, o como Angelina Jolie en Couture (2026), un proyecto profundamente personal para quien acababa de ser la Divina en Maria Callas de Pablo Larraín (2024). En ella interpreta a una cineasta de terror estadounidense que recibe un diagnóstico de cáncer de mama en París, como la diva de Cleo de 5 a 7 (1962).
El papel conecta íntimamente con la historia real de Jolie, quien en 2013 se sometió a una doble mastectomía preventiva tras descubrir que portaba la misma mutación genética que causó la muerte de su madre y su abuela. Gran parte del discurso de la actriz durante la campaña de la película ha orbitado en torno a la fragilidad que sintió durante el rodaje y la fortaleza que le otorgaba llevar consigo un collar de su madre… La línea entre la redención y el marketing, vemos, es bastante fina.

























































































