Antonio Banderas es uno de esos actores que han sabido reinventarse tantas veces como papeles ha interpretado: del chico tímido que se colaba en los repartos de la Movida al galán que conquistó Hollywood, del villano inquietante al director fatigado que mira atrás con melancolía.
El malagueño ha construido una filmografía donde caben el melodrama, la comedia romántica, el musical y el cine de autor más arriesgado. Y siempre con la misma arma secreta: una mezcla de intensidad, carisma y vulnerabilidad que lo hacen imposible de olvidar.
Si eres fan del actor, en esta guía de JustWatch repasamos las 10 mejores películas de Antonio Banderas, ordenadas por año de estreno, para ver cómo evoluciona su carrera desde los años 80 hasta hoy.
Matador (1986)
Antes de convertirse en estrella internacional, Banderas fue el alumno más oscuro de Pedro Almodóvar. En Matador, el malagueño encarna a Ángel, un joven reprimido, atormentado por visiones y atrapado entre el deseo y la culpa.Lejos del Banderas seductor de Los reyes del mambo o La máscara del Zorro, aquí vemos a un actor que trabaja desde la fragilidad: tartamudeos, miradas perdidas, torpeza… Su magnetismo nace de no controlar nada.
La película es un thriller erótico retorcido, primo hermano del cine de Brian De Palma, que anticipa el tono perturbador de La piel que habito: sexo, muerte y culpa en clave muy española. Comparada con otras apariciones tempranas en algunas de las mejores películas de Almodóvar como Laberinto de pasiones o La ley del deseo, Matador es la más incómoda y quizá la menos “amable”, pero también una de las que mejor aprovecha la mirada oscura de Banderas.
Dentro de esta lista, es el reverso tenebroso de Dolor y gloria: en una Banderas es puro impulso sin madurez; en la otra, un hombre que ha sobrevivido a todos esos excesos. Verlas seguidas es como contemplar dos extremos del mismo personaje separados por tres décadas de diferencia.
Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988)
Si Matador mostraba la cara obsesiva del deseo, Mujeres al borde de un ataque de nervios enseña su lado más disparatado. En esta comedia legendaria, Banderas interpreta a Carlos, un joven algo despistado que entra por accidente en el huracán emocional que rodea al personaje encarnado por Carmen Maura. Con gafas de pasta y aire de chico formal, el actor despliega una timidez encantadora que contrasta con el caos que tiene alrededor.
Aquí su atractivo no reside en la pose de galán clásico, sino en la mezcla de educación, torpeza y curiosidad. Es el tipo de personaje que en otra película sería un mero secundario simpático, pero Banderas le da una humanidad que hace que cada gesto (una sonrisa incómoda, un silencio) tenga peso. Es el antecedente de su vis cómica en Two Much o de la ironía autoconsciente de Competencia oficial.
Frente a otras comedias corales de la época, esta tiene un ritmo y una energía que la acercan al mejor Woody Allen, pero llena de gazpacho, taxis y azoteas de Madrid. Dentro de la propia filmografía de Banderas, se podría ver como la versión luminosa de ¡Átame!: en ambas se mueve entre mujeres al límite, pero aquí todo es farsa; allí, el deseo se vuelve peligroso.
¡Átame! (1989)
En ¡Átame! Banderas asume uno de los papeles más delicados de su carrera: Ricky, un joven recién salido del psiquiátrico que secuestra a una actriz de cine para convencerla de que se casen. Bajo esta premisa, que en manos torpes sería indefendible, Almodóvar construye un extraño cuento de amor retorcido donde el actor camina sobre la cuerda floja entre la ternura y la amenaza.
Lo irresistible de Banderas aquí es la combinación de inocencia y peligro. Su Ricky tiene la mirada de un niño y la determinación obsesiva de alguien que no va a aceptar un “no” por respuesta. El magnetismo físico, que más tarde explotará Hollywood en Evita o La máscara del Zorro, aparece aquí en bruto: su cuerpo ocupa el encuadre con una mezcla de fuerza y vulnerabilidad que hace que el espectador se debata de manera constante entre el rechazo y la empatía.
Comparada con Matador, donde el deseo conduce a la destrucción, ¡Átame! apuesta por algo casi imposible: convertir un secuestro en una retorcida historia de amor. Y frente a comedias románticas clásicas como Pretty Woman, aquí el “príncipe azul” viene con cuerda y cinta americana. Dentro de esta lista, es el puente perfecto hacia sus personajes más ambiguos, como el cirujano de La piel que habito.
Los reyes del mambo (1992)
Los reyes del mambo marca el verdadero salto de Antonio Banderas al cine estadounidense.En esta historia de dos hermanos cubanos que viajan a Nueva York para triunfar como músicos, el actor interpreta a Néstor, el más tímido y melancólico de los dos. Es un personaje que canta, sueña y sufre con una intensidad romántica que lo acerca al arquetipo del artista torturado.
Aquí Banderas despliega un tipo de atractivo distinto al del machote de manual: es un romántico incurable, un hombre para el que la música y el amor son lo mismo. Sus escenas musicales (en especial cuando suena “Beautiful Maria of My Soul”) tienen una carga emocional que anticipa su presencia magnética en Evita, donde vuelve a ser narrador y conciencia de un país.
Si la comparamos con Desperado, otra cinta noventera que lo convirtió en icono, Los reyes del mambo es menos violenta pero igual de física: el cuerpo del actor baila, sufre y se enamora. Dentro de esta lista, funciona como la cara romántica del díptico que completa La máscara del Zorro: en una conquista escenarios con una trompeta; en la otra, con una espada.
Two Much (1995)
Con Two Much, dirigida por Fernando Trueba, Banderas se lanza de lleno a la screwball comedy a la antigua usanza.Interpreta a Art, un marchante de arte en apuros que se inventa un hermano gemelo para poder salir a la vez con dos hermanas (Daryl Hannah y Melanie Griffith). Sobre el papel podría parecer un simple farsante, pero el actor convierte al personaje en un desastre entrañable con el que es difícil enfadarse del todo.
El atractivo de Banderas aquí está en su capacidad para reírse de sí mismo. Coquetea, miente, corre, tropieza… y aun así mantiene una elegancia desastrosa que recuerda a los grandes del screwball clásico como Cary Grant o Jack Lemmon, pero con acento malagueño. Frente al intelectual tímido de Mujeres al borde de un ataque de nervios, este es un seductor desbordado por sus propias mentiras; y frente al villano calculador de La piel que habito, es un hombre que improvisa de forma constante para no hundirse.
Dentro de su filmografía, Two Much dialoga con la sátira de Competencia oficial: en ambas películas Banderas juega con su imagen de estrella, muestra su lado cómico y demuestra que ser irresistible a veces consiste en aceptar que eres un caos con buena percha.
Evita (1996)
En Evita, adaptación del musical de Andrew Lloyd Webber, Banderas interpreta a Che, la figura que narra, cuestiona y comenta la vida de Eva Perón (interpretada por Madonna). Más que un simple narrador, es la conciencia crítica de la película: está dentro y fuera de la historia, seduce a la cámara sin pertenecer del todo al relato.
Aquí su magnetismo se apoya tanto en la voz como en la presencia. Canta, recita y se mueve por los decorados como si estuviera guiando al espectador por un sueño febril sobre Argentina. Si en Los reyes del mambo la música era expresión de nostalgia, en Evita es arma política y emocional, y Banderas lo entiende a la perfección: cada mirada al público, cada sonrisa irónica, añade capas al personaje.
Comparada con otros musicales biográficos, Evita tiene una estructura casi operística que se beneficia del carisma del actor. Dentro de esta lista, forma un interesante triángulo con Los reyes del mambo y La máscara del Zorro: tres películas donde Banderas combina canto, acción y romanticismo para consolidarse como estrella global. También anticipa, en clave musical, la capacidad de observación y comentario que llevará a otro nivel en Competencia oficial.
La máscara del Zorro (1998)
Si hay una película que definió a Antonio Banderas como héroe de aventuras, esa es La máscara del Zorro.Bajo la dirección de Martin Campbell, el actor interpreta a Alejandro Murrieta, bandido reconvertido en sucesor del mítico Zorro. Es un papel que exige carisma físico, timing cómico, química romántica con Catherine Zeta-Jones y credibilidad en las escenas de acción… y Banderas cumple con todo.
Aquí su atractivo es de manual: sonrisa pícara, mirada desafiante y una forma de moverse que mezcla elegancia y salvajismo. Pero más allá de la capa y la espada, lo que lo diferencia de otros héroes de acción de los 90 es la vulnerabilidad que deja asomar entre acrobacia y acrobacia. Frente al mariachi vengativo de Desperado, este Zorro es más juguetón; frente al investigador frío de La piel que habito, es pura carne y sangre.
Comparada con las películas de superhéroes posteriores, La máscara del Zorro tiene un encanto analógico que hoy se ve casi exótico: duelos reales, caballos, sudor y metal chocando. Dentro de esta lista, es la cara más lúdica del Banderas estrella, contrapunto perfecto a la introspección de Dolor y gloria. Si allí se desnuda de manera emocional, aquí lo hace a través del espectáculo puro.
La piel que habito (2011)
Tras años en Hollywood, Banderas regresa a la madriguera de Almodóvar con La piel que habito, uno de los papeles más inquietantes de su carrera: el cirujano Robert Ledgard, obsesionado con crear una piel perfecta y dispuesto a cruzar cualquier línea ética para lograrlo. El actor abandona el torrente emocional de sus personajes más jóvenes y abraza una interpretación fría, contenida, donde cada gesto es una amenaza.
Su atractivo aquí se vuelve incómodo. Ledgard es guapo, educado, elegante… pero algo en su mirada indica que no se debe confiar en él. Es una perversión adulta del enamorado de ¡Átame!: donde Ricky se lanzaba al amor sin filtros, Robert controla, disecciona y manipula. Banderas demuestra que puede ser igual de hipnótico cuando invita al beso que cuando insinúa el bisturí.
Comparada con otros thrillers de identidad como Los ojos sin rostro o El coleccionista, La piel que habito tiene la marca Almodóvar: colores intensos, melodrama y horror mezclados. Dentro de esta lista, es el polo opuesto de Two Much o Mujeres al borde de un ataque de nervios: si allí su encanto desarma, aquí desarma porque no sabes hasta dónde puede llegar su personaje. Es la prueba definitiva de que su magnetismo sirve tanto para la comedia como para el terror psicológico.
Dolor y gloria (2019)
En Dolor y gloria, Banderas se mira a sí mismo a través del espejo de Pedro Almodóvar. Interpreta a Salvador Mallo, un director de cine enfermo y cansado que repasa su vida entre recuerdos de infancia, viejos amores y proyectos pendientes. Su actuación le valió el premio a Mejor Actor en Cannes y su primera nominación al Óscar, consagrando uno de los trabajos más celebrados de su carrera.
Lo irresistible aquí no viene del físico, sino de la vulnerabilidad. Banderas camina encorvado, habla en susurros y parece cargado de un dolor que apenas necesita explicarse. Sin embargo, incluso en esa fragilidad, hay destellos de humor, coquetería y deseo que recuerdan al joven de Matador y ¡Átame!: la vida le ha golpeado, pero el fuego sigue dentro.
Comparada con el egocentrismo desatado de otros films sobre artistas, Dolor y gloria es una reflexión serena sobre el paso del tiempo, más cercana a 8½ que a la caricatura. Dentro de esta lista, forma un díptico fascinante con La piel que habito: en una, Banderas es el científico que quiere controlar el cuerpo; en la otra, el artista que acepta sus limitaciones. Las dos juntas resumen la amplitud de su registro dramático.
Competencia oficial (2021)
Competencia oficial es la prueba definitiva de que Antonio Banderas sabe reírse de su propia leyenda. En esta sátira sobre el cine de autor, interpreta a Félix Rivero, actor estrella, caprichoso, vanidoso y competitivo, enfrentado a un intérprete “serio” (Oscar Martínez) bajo la dirección de una cineasta excéntrica (Penélope Cruz).
Aquí su atractivo se basa en la autoparodia: abdominales marcados, colección de premios, anécdotas de rodajes imposibles… Félix es el Banderas que el público imagina cuando piensa en él como estrella internacional, pero llevado al extremo. El actor juega con sus tics, su sonrisa, su manera de impostar la voz, y al mismo tiempo deja ver una inseguridad infantil que hace al personaje muy humano.
Comparada con las comedias románticas de Two Much o el desenfado de La máscara del Zorro, Competencia oficial es más venenosa: una radiografía del ego artístico que la emparenta con películas como Birdman. Dentro de esta lista, funciona como epílogo perfecto: después de toda una carrera oscilando entre España y Hollywood, Banderas se permite desmontar su propia figura y demostrar que uno de los rasgos más irresistibles de una estrella es saber usar la ironía contra sí mismo.
También es una de las mejores películas de Penélope Cruz.

























































































