Por qué 'Crepúsculo' es mucho mejor de lo que recuerdas

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Mariona Borrull

Mariona Borrull

Editor de JustWatch

Que Crepúsculo exista es, de por sí, una proeza. Resulta tan extraño que una cineasta indie pueda dirigir un film de calibre comercial que, aún hoy, nos agarramos al referente de Kathryn Bigelow (Una casa llena de dinamita) como un clavo ardiendo mientras aplaudimos con entusiasmo excesivo obras funcionales pero sin alma como Barbie de Greta Gerwig como Los Eternos de Chloé Zhao.

Pero Catherine Hardwicke dirigió en 2008 una película fantástica de aventuras solvente y con voz propia, y todo a pesar de lo risible de sus condiciones de producción. Una perla indie de verdad. Cuando no había Los Juegos del Hambre (2012), cuyos bolsillos apenas han bajado de los 100 millones de dólares, ni existía El corredor del laberinto (2014), a Hardwicke, la responsable de la mumblecore dramática A los trece (2003) y sin ninguna experiencia previa con el fantástico, se le encargó rodar con: 37 millones de presupuesto, bajo una productora independiente (Summit) y en cuarenta días, una película de atmósfera gótica en la soleada Los Ángeles, con tramos de mucha acción. Naturalmente, las expectativas eran tan reducidas que ni se realizó un screen test.

Y a pesar de la proeza de que aquella película se hiciera, aún estamos debatiendo si era simplemente un poco mala, o era tan mala que acaba siendo buena. Venga ya. De entrada, lo “tan malo que es bueno” es una falacia urdida por quien tiene reparos en admitir que le gustan las cosas muy malas. Si algo es tan malo, es malo, y Crepúsculo es buena. Aquí por qué.

‘Crepúsculo’ no tiene sólo la banda sonora y la fotografía azul

Que sí, son geniales ambas. No hay forma de ver Crepúsculo obviando los turquesas encapotados que sumergen los espesísimos bosques de Forks, un baño de color que el director de fotografía Elliot Davis descubrió en aquella película y que ha repetido incesantemente desde entonces, en géneros de todo tipo: desde el drama romántico de Efectos personales (2009) hasta la recreación histórica del soleado sur, en El nacimiento de una nación (2016). Aquellos verdes rotundos, fríos y húmedos, tenían el magnetismo de un mundo que no se avergüenza de ser ficción, y contrastaban con la calidez no tan evidente de los interiores ocres –como las pupilas de Edward– con la garra estética del abuelo de todos los cuentos otoñales, Twin Peaks (1990), otra serie que pide chocolate caliente con traguito de irlandés.

Luego está la música seleccionada con exquisitez por Alexandra Patsavas, que venía de Anatomía de Grey (2005) y de Mad Men (2007), que después coordinó las canciones de Los Bridgerton (2020). Lo que vuelve la banda sonora de Crepúsculo un magnífico acompañante audiovisual no es sólo la calidad de los grupos en cartera, desde Radiohead a Iron & Wine, pasando por Muse o Paramore. Más bien, Patsavas logró acompasar los dos extremos que caracterizan la esencia temática de la novela de Stephanie Meyer: el recogimiento romántico de quien se siente enamorado contra el frío filo de quien sabe que su amor no le conviene. Cómo aunar grupos de naturaleza tan variopinta, sobre los extremos de esta ecuación, es algo que sólo una gran banda sonora puede. Patsavas se mantendría en la cartera crepusculera durante toda la saga, por lo que naturalmente, las cinco películas tienen una música increíble. Aquí nuestra guía de mejores canciones de la saga.

‘Crepúsculo’ y el problema de la ironía en Hollywood

Hollywood se dio cuenta, no tantos años ha, de que no tenía nada nuevo que decir. Pudo haber sido una sorpresa para alguien criado en los horizontes posibilistas de la épica yanqui, claro, que se ha especializado en mirar siempre más allá (en Europa, como conocemos nuestros límites, nos limitamos a versionar). Cuando aquello sucedió, auguro que a mediados de 2010, las películas empezaron a contarse con la ironía por vía de escape.

Las masivas Deadpool (2016), Thor: Ragnarok (2017) o Capitán América: Civil War (2016) desplegaban batallas a muerte entre compañeros, amigos y familia, pero iban deteniéndose a cada poco para contar un chascarrillo sobre la consciencia de su propia condición de película. Como si apostaran por todos los caballos en la carrera, “no fuera caso que”. Si buscáis las obras audiovisuales que desde entonces han empleado la ironía por navaja contra su propia gravedad, encontraréis a mares.

¿La ironía es algo necesariamente malo? No, pero a pesar de la variedad de géneros en que se amparan, ninguna de las tres películas que menciono tiene un tono reconocible, un aura o una presencia propia. Apenas años después se nos desdibujan las escenas, recordamos apenas las anécdotas y el par de gags que se dejan contar con facilidad; puro slop. Las malas historias se borran rápido. En cambio, nadie ha sido capaz de olvidar el gesto absolutamente gratuito de Edward colgándose de un árbol para cantar la estupidez del león, que se enamoró de la oveja. 

“Son los fluorescentes”, le dice Edward a Bella. Esa es una réplica tan barata que resulta digna de chascarrillo irónico y, sin embargo, está disfrazada bajo la apariencia de una excusa mal improvisada. La razón para conservar el humor bajo el caparazón de lo genuino, sin evidenciar la pullita autoconsciente, es bien simple. Crepúsculo se dirige a adolescentes, principalmente a las y les adolescentes. El público con más sentido del ridículo y, al mismo tiempo, más dispuesto a abandonarse en brazos de aquello que les entusiasma. Gritan en el cine. Yo grité en el cine.

El mumblecore gótico, un género por explorar

Mantener la ironía en un elegante segundo término –disponible aún para el observador distante– resulta, en definitiva, un gesto de consideración para quienes no vienen a reírse de lo exagerado y grotesco de una película que aman con franqueza. Es cultivar dos lecturas igualmente válidas sobre una obra, al mismo tiempo. Dime si este no es un castillo de cartas complejo de asumir.

Más, cuando todos tus ingredientes (simbólicos y narrativos) se zanjan entre dos imaginarios rotundamente opuestos. Porque Crepúsculo pretende construir un castillo gótico poblado de arquetipos venidos de la tradición mumblecore, las películas de instituto. Porque la película de Catherine Hardwicke sabe que escribe una ahijada fiel a la ascensión social de la Cenicienta, un sobresalir por encima de la farsa del instituto gracias al amor. Nada la separa tanto de Chicas malas (2004), excepto que se trata sin duda ni reparos de una película de vampiros. Con su interés por las lógicas dentro del clan, por la convivencia imposible con humanos y lobos y por un universo que, ya en la primera entrega, suscita muchísima curiosidad.

Los bosques oscuros de Forks, poblados de tribus de hippies trasnochadas, han sido emulados en otros cruces fantástico-adolescentes mejor valorizados pero no tan originales, como Hasta los huesos: Bones and All (2022), de Luca Guadagnino. Sin embargo, aquella abandonaba muy pronto el instituto como nutritivo hogar de lo sobrenatural. Dejaba muy  atrás lo que hizo única a Buffy, Cazavampiros (1997): la posibilidad de soñar sin huir, la convivencia apacible entre un mundo amable (y repleto de criaturas sedientas de sangre) y un universo mucho más despiadado, el de los pasillos de ladrillo visto de una clase de secundaria. Sólo El brillo de la televisión (2024) parece haberse atrevido a mantener este compromiso para con les adolescentes que cada lunes deben volver, sí o sí, a sus pesadillas de aula.

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  1. Crepúsculo

    Crepúsculo

    2008

    # 1

    La joven Bella Swan siempre fue una chica muy diferente ya en sus años de niña en Phoenix. Cuando su madre se volvió a casar, la mandó a vivir con su padre, a la pequeña y lluviosa ciudad de Forks, Washington, una población sin ningún aliciente para Bella. Pero entonces conoce en el instituo al misterioso y atractivo Edward Cullen, un joven distinto a los demás que esconde un secreto...